Hace mucho tiempo que me contaron este chiste, pero yo lo sigo utilizando todavía hoy en día, y no es porque tenga mucha gracia, sino porque, lamentablemente, aún hay aspectos que siguen siendo ciertos. Y, pese a que hay noticias de un suceso parecido, puedo asegurar que el chiste es anterior a la noticia.
Escuchad:
Van dos personas en una avioneta y sufren una avería, pierden la orientación y el motor empieza fallarles. Al final no les queda más remedio que intentar realizar un aterrizaje de emergencia. Miran desesperadamente y, finalmente, fían su salvación a intentarlo sobre un campo de trigo. Tienen suerte (y pericia) y consiguen aterrizar sin grandes daños.
Cuando, repuestos del primer susto, salen de la avioneta, se dan cuenta de que, faltos de la instrumentación del aparato, no saben dónde han ido a parar. A lo lejos ven a un lugareño y deciden acercarse hasta él. Cuando llegan le preguntan:
"Buen hombre, ¿dónde estamos?".
El lugareño los mira, nada extrañado, y sigue así mirándolos sin soltar palabra durante más de media hora.
Al final, el buen hombre abre la boca para decir:
"Están ustedes en un campo de trigo".
Uno de los aviadores se vuelve hacia el otro y le dice:
"¡Ya está! Hemos aterrizado en el país de los epidemiólogos".
"¿Y por qué lo sabes?" le contesta el otro.
"Pues por tres motivos:
1. La información que nos ha dado este hombre es exacta.
2. Ha tardado una eternidad en dárnosla.
3. Y finalmente, no nos sirve para nada".
La moraleja del chiste nos indica que, para trabajar en epidemiología, sigue siendo necesaria la exactitud, pero la oportunidad en disponer de la información y, no lo olvidemos, su utilidad son imprescindibles. No nos perdamos pues en la esterilidad a la que a veces nos conduce la búsqueda de la perfecta exactitud en la información epidemiológica, olvidando para qué es necesaria y que una información a destiempo es principalmente de utilidad histórica.