domingo, 22 de febrero de 2015

Vivir la propia vida, morir la propia muerte

Hay algo que es todavía más difícil que morirse. Y ese algo es saber que ya tienes puesta una fecha más o menos concreta para tu muerte y afrontar ese tiempo que te queda tratando de "vivir" (o de "morir") tu propia muerte.

Eso es lo que está haciendo ahora Oliver Sacks y ha contado magistralmente en el artículo titulado "De mi propia vida" ("My own life" publicado originalmente en "The New York Times").

Sacks dice que, al igual que le sucedió a David Hume en similares circunstancias, "es difícil sentir más desapego por la vida del que siento ahora", pero que se siente "increíblemente vivo", "centrado y clarividente" y sin tiempo para nada que sea superfluo.

En epidemiología estamos acostumbrados a tratar con datos de mortalidad, pero lo estamos menos a tratar con lo que les sucede a los que se están muriendo. Hay aquí un importante campo que sólo recientemente está recibiendo atención y en el que se ha visto que sólo una minoría de pacientes en situación terminal habían tratado previamente sus preferencias (decisiones y tratamientos) ante la muerte, y que en este asunto, además, hay importantes diferencias entre países. El caso de Oliver Sacks, y también hace algún tiempo el de Tony Judt, nos lo están demostrando.

La conclusión de Oliver Sacks es que no puede fingir que no tenga miedo, pero que el sentimiento que predomina en él es la gratitud: "He amado y he sido amado; he recibido mucho y he dado algo a cambio".

Y termina diciendo:
"Y, sobre todo, he sido un ser sensible, un animal pensante en este hermoso planeta, y eso, por sí solo, ha sido un enorme privilegio y una aventura".

Imagen tomada del blog "Últimas páginas": ilustración de Summer Pierre

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