Es casi un lugar común empezar, o terminar, un informe, un artículo sobre un problema de salud o una enfermedad con la siguiente afirmación "es un importante problema de salud pública que es la primera (o segunda o tercera) causa de (mortalidad, discapacidad, morbilidad...)". Es decir, la enfermedad (o el problema de salud) se valora casi exclusivamente en función de su frecuencia, lo que, en términos epidemiológicos se conoce como prevalencia. En algún caso, además, se añade alguna otra característica que justifica esa consideración de "importante" (repercusión laboral, supervivencia, afectación de familiares o allegados,...) y sólo en casos excepcionales se hace referencia al sufrimiento del paciente.
Y, sin embargo, la primera sólo puede ser una, lo que hace que, a partir de ahí, cada una de las siguientes enfermedades, siguiendo este razonamiento, serán consideradas menos importantes ("menos problema de salud pública") y así sucesivamente. Por eso no resulta tan sorprendente que se pueda encontrar un artículo, publicado en BMC Medicine, que hable de enfermedades no transmisibles olvidadas ("Remembering the forgotten non-communicable diseases") y que se refiera, entre otras, a entidades como el asma, la cirrosis hepática, la enfermedad renal crónica o el Alzheimer. Según los autores de esta revisión, ese grupo de enfermedades tienden a ser ignoradas en términos de mortalidad prematura y de reducción de la calidad de vida.
Conviene que no pongamos en un pedestal exclusivamente las medidas de carga de enfermedad, como la prevalencia, y que sea ésta la única manera de valorar la importancia de un problema de salud. Hay muchas otras consideraciones que hacer y, como nos recordaba muy recientemente Javier Padilla en Médico Crítico en su entrada "Hepatitis C: del lado del paciente con visión de población", la capacidad de movilización y diseño de la agenda política en materia de asignación de prioridades no puede estar determinada sólo por la incidencia y la prevalencia.
Referirse al grupo de enfermedades mencionadas en el artículo de BMC Medicine como "olvidadas" resulta, cuando menos, chocante. Sobre todo, porque el término "enfermedad olvidada" se utiliza preferentemente para referirse a enfermedades que tienen una incidencia alta, que se producen mayoritariamente en países en vías de desarrollo y que, a pesar de afectar a millones de personas, su tratamiento es caro, ineficaz o inexistente ¿es este el caso de las enfermedades a que se refiere el artículo?
Los pacientes, desde luego, no olvidan su enfermedad. Los "olvidos", en todo caso, provienen de un modelo de "industria sanitaria" o de un modelo de investigación que no los tiene tan en cuenta como a otros, sin duda más "rentables".
Y, sin embargo, la primera sólo puede ser una, lo que hace que, a partir de ahí, cada una de las siguientes enfermedades, siguiendo este razonamiento, serán consideradas menos importantes ("menos problema de salud pública") y así sucesivamente. Por eso no resulta tan sorprendente que se pueda encontrar un artículo, publicado en BMC Medicine, que hable de enfermedades no transmisibles olvidadas ("Remembering the forgotten non-communicable diseases") y que se refiera, entre otras, a entidades como el asma, la cirrosis hepática, la enfermedad renal crónica o el Alzheimer. Según los autores de esta revisión, ese grupo de enfermedades tienden a ser ignoradas en términos de mortalidad prematura y de reducción de la calidad de vida.
Conviene que no pongamos en un pedestal exclusivamente las medidas de carga de enfermedad, como la prevalencia, y que sea ésta la única manera de valorar la importancia de un problema de salud. Hay muchas otras consideraciones que hacer y, como nos recordaba muy recientemente Javier Padilla en Médico Crítico en su entrada "Hepatitis C: del lado del paciente con visión de población", la capacidad de movilización y diseño de la agenda política en materia de asignación de prioridades no puede estar determinada sólo por la incidencia y la prevalencia.
Referirse al grupo de enfermedades mencionadas en el artículo de BMC Medicine como "olvidadas" resulta, cuando menos, chocante. Sobre todo, porque el término "enfermedad olvidada" se utiliza preferentemente para referirse a enfermedades que tienen una incidencia alta, que se producen mayoritariamente en países en vías de desarrollo y que, a pesar de afectar a millones de personas, su tratamiento es caro, ineficaz o inexistente ¿es este el caso de las enfermedades a que se refiere el artículo?
Los pacientes, desde luego, no olvidan su enfermedad. Los "olvidos", en todo caso, provienen de un modelo de "industria sanitaria" o de un modelo de investigación que no los tiene tan en cuenta como a otros, sin duda más "rentables".
Como siempre, un más que interesante punto de vista.
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