domingo, 8 de octubre de 2017

Cuatrocientos mil niños jugaban por las calles

De esta manera, ciertamente críptica, comenzaba un cuento interminable que mi padre nos contaba cuando éramos pequeños a mí y a mis hermanos, y que luego contó a sus nietos.
Hace unos días ha ido a reunirse, ya para siempre, con mi madre y, seguro, que allá donde esté, seguirá contando ese cuento a cualquier niño que se acerque a él.

No encontraréis muchas referencias en internet a la figura de mi padre, Óscar Zurriaga Furió, pues pertenece a una era predigital, pero sí que aparece reseñado en uno de lo que él consideraba un gran logro, la apertura en Murcia del Hospital "Virgen de la Arrixaca" en 1967 y la posterior construcción y puesta en marcha de la Ciudad Sanitaria "Virgen de la Arrixaca" en 1975 (podéis verlo aquí). A su manera, él también fue salubrista, aunque siempre destacó su faceta de médico.

A modo de homenaje a su figura, y también para paliar en parte ese vacio digital, os dejo, no sin cierto pudor, las palabras que pronuncié en su ceremonia de despedida:

"Siempre es difícil hablar en estas circunstancias. Pero no es difícil hablar de tu padre. Y más de alguien como mi padre que siempre ha estado muy presente en nuestras vidas.
Mi hermano Ernest ya ha expuesto, con su brillante habilidad, esos recuerdos, emociones y vivencias.
En mi caso, yo quisiera centrarme y resaltar su faceta de médico. Mi padre fue la segunda generación de médicos de esta familia. La trayectoria la inició mi abuelo, la siguieron mi padre y mi tío. Yo represento la tercera generación. Y la cuarta está sentada hoy aquí delante.
Mi padre siempre se sintió médico, muy médico. Sus comienzos no fueron nada fáciles porque el propio hecho de iniciar y realizar su carrera no era fácil en plena postguerra y, al finalizar sus estudios, el trabajo no abundaba. Se decantó por la dermatología, pero pronto vio que le resultaría difícil asentarse y conseguir la ansiada estabilidad, por lo que se incorporó al cuerpo de médicos inspectores del Instituto Nacional de Previsión (luego conocido como “el extinto INP”). Y allí comenzó una nueva carrera profesional que le llevaría, y nos llevaría a nosotros también, por la geografía nacional: Alcoi, Gandía, Ciudad Real, Murcia y, luego, la vuelta a Valencia. En todos esos sitios dejó muestras de su buen hacer, de su carácter (que no era poco) y de su bonhomía.
Y puedo afirmar esto, no tanto por vivencia propia, que también, como por los testimonios que he podido ir recogiendo de la gente que lo conoció y trató profesionalmente, y que casi siempre se dirigió a él como Don Óscar.
No era acomodaticio, no temió nunca salir de su zona de confort, ni enfrentarse a nuevos retos.
Creo que sus dos etapas más fecundas y en las que él más disfrutó fueron, primero en Murcia, con la apertura del Hospital Virgen de la Arrixaca, el viejo, y, sobre todo, con la apertura del nuevo hospital, al que trasladó el nombre del anterior, y también trasladó a todos los enfermos en una operación ejecutada con precisión y en muy poco tiempo, y de la que estaba especialmente orgulloso y a la que hay que reconocerle el mérito, pues los medios de aquella época no son los de hoy en día.
La otra etapa en la que disfrutó profesionalmente fue en la Dirección del Hospital Clínico Universitario de Valencia, al que siempre consideró “su” hospital. Los tiempos volvían a no ser fáciles, pero ¿cuándo lo han sido? Y, nuevamente, sacó adelante, con su esfuerzo y su tesón, muchas cosas en ese hospital, algunas de las cuales se mantienen hoy en día, casi 40 años después de su paso por él.
No descuidó otras facetas, como la académica, ejerciendo de profesor de varias generaciones de enfermeras, algunas de las cuales están hoy aquí. E incluso sacó adelante su tesis doctoral en plena etapa de madurez, cuando para él no era ya ningún requisito obligatorio, convirtiéndose de esta manera en el primero con esta distinción en la familia.
No quisiera acabar sin resaltar algunas pequeñas anécdotas de su pensamiento y trayectoria que están, además, ligadas a mí en lo personal.
La primera es aquella ocasión en la que vino al colegio donde yo estudiaba, como lo hicieron otros padres de alumnos, para orientar las vocaciones de nosotros, los estudiantes. Allí pronunció una frase que se me quedó grabada: “si los médicos fuéramos infalibles, yo no me hubiera vestido nunca de luto”. Y hoy estamos aquí vestidos de luto, prueba de que los médicos seguimos sin ser infalibles.
Otra es cuando la tragedia del camping de los Alfaques. Aquella tarde yo lo había acompañado a disfrutar otra de sus grandes pasiones, el golf. Y en aquella época, donde no había móviles, vino a buscarle, en una Mobylette, un encargado del campo de golf, para decirle que lo estaban buscando del hospital y él se marchó de paquete de aquella moto. Ese día yo entendí lo que significaba una urgencia.
Y también aquel “Farreras” (ese libro de referencia de medicina interna) que se compró, ya pasada la cincuentena, porque quería seguir estando actualizado, aunque él no practicaba ya la medicina asistencial.
Y las innumerables veces en que nos trató en nuestras enfermedades, a mí, a mis hermanos, a nuestra madre, siempre con sensatez.
A mí siempre me impresionó su vocación y me sigue sirviendo hoy en día como ejemplo.
Aunque he hablado de su faceta profesional, no puedo finalizar sin dejar de pensar que a él le hubiera gustado que hoy se pronunciara una frase críptica para la mayoría de los que estáis hoy aquí y que, siempre dijo que serviría para identificarlo en caso de que lo secuestraran, cosa que afortunadamente, nunca sucedió, pero que, para él, era una especie de fetiche: “Cuatrocientos mil niños jugaban por las calles”. Así comenzaba un cuento interminable, que nunca acabó, y que a todos nos gustaría que pudiera seguir siendo contado".


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