"¿Cuál es "nuestra" contraseña?" Esta pregunta, hecha a voz en grito en mitad de un pasillo de un hospital, la oí hace unos años en el contexto de una visita hecha acompañando a un familiar y cuando quien le atendía quiso acceder a los resultados de unas pruebas de laboratorio del paciente. Para ello debía conectarse al sistema y, evidentemente, todo el servicio asistencial utilizaba una misma contraseña para entrar al sistema y consultar los datos clínicos de un paciente.
Ese era el nivel de hace un tiempo, y quisiéramos creer que ha mejorado la protección y la seguridad de acceso en el ámbito clínico. Pero ¿es verdad?
Pues no está tan claro, como nos muestra una carta a la directora publicada en Gaceta Sanitaria con el título "Estudio sobre la importancia y la seguridad de uso de las contraseñas en el ámbito laboral sanitario". Los autores, JL. Fernández Alemán, VM. García Amicis, I. Hernández, AB. Sanchez García y A. Toval, resaltan que el 62% de los encuestados en su estudio tenía una contraseña débil (que constaba de nombres de personas, fechas, información personal, o que no incluía al menos 8 dígitos, letras mayúsculas y minúsculas, algún numero y algún carácter especial). También indican que el 16% había escrito alguna vez la contraseña en algún lugar fácilmente accesible por terceros, la había enviado por correo electrónico o utilizaron la opción de guardado automático del navegador.
Por lo que se ve, seguimos dándole poca importancia a la contraseña de acceso y ello pone en cuestión la seguridad de todo el sistema. Sería necesario ahondar en este tipo de estudios y valorar por qué se produce esta sensación de que no pasa nada si la contraseña es fácil de desvelar o su custodia es deficiente.
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