miércoles, 9 de enero de 2013

No me chilles que no te veo

El título de esta película de hace mucho tiempo nos viene como anillo al dedo para ilustrar las dificultades de comunicación: unos se quejan de que no ven cuando otros lo que hacen es chillar. Y es que eso pasa muy a menudo: creemos que estamos hablando el mismo lenguaje y, a veces, ni siquiera estamos hablando. Por eso no nos oyen y no nos comunicamos.
En los sistemas de información también pasa y por eso se ha definido un término con un "palabro" complicado: "interoperabilidad". Expresa, según el "Standard Computer Glosary", la capacidad de dos o más sistemas o componentes de intercambiar información y de utilizar la información que se ha intercambiado. Se trata de que los sistemas, y quienes los usan, no sean cerrados sino que se comuniquen y que nos entendamos. Elemental, ¿no?.
De vital importancia hoy en día cuando todo "está en el ordenador". Y cada vez más importante en el ámbito sanitario donde el papel está siendo, afortunadamente, cada vez más arrinconado y sustituido por los medios electrónicos (historia electrónica, receta electrónica,...). Pero, ¿hablan todos los sistemas de información sanitario en el mismo idioma? ¿o unos chillan y otros no ven?.
Es necesario recurrir entonces a las dimensiones de la interoperabilidad: organizativa, técnica y semántica (cuyas definiciones pueden encontrarse en el Real Decreto 4/2010, de 8 de enero, por el que se regula el Esquema Nacional de Interoperabilidad en el ámbito de la Administración Electrónica). Y aquí, en el campo sanitario, es donde la interoperabilidad semántica tiene más camino que recorrer, o que allanar, para ser más exactos. Y es que se refiere a que la información intercambiada pueda ser interpretable de forma automática y reutilizable por aplicaciones que no intervinieron en su creación. Es decir que el contenido del intercambio de información esté definido de una manera no ambigua: que lo que se intercambia sea entendido de la misma manera en ambos sistemas.
Y esto.... Pues no parece tan fácil. Tiene mucho que ver con cómo se recogen los datos (edad o fecha de nacimiento, por ejemplo), qué se recoge (¿un motivo de consulta o un diagnóstico?), y también a cómo se codifica.
La codificación...Ufff. Parece que ocasiona sarpullidos: "es tan reduccionista" dicen algunos, "no hay ninguna buena" dicen otros, "que lo hagan los demás" dice una mayoría. Pero los sanitarios tenemos que ser capaces de comprender que un literal, un campo texto que se llamaba antiguamente, es difícilmente tratable por los actuales sistemas de información, por lo que será necesario utilizar codificaciones. Y también que no hay un único sistema de codificación, y que no hay una traslación automática unívoca y no ambigua entre diferentes sistemas.
Sin duda, cuando utilizamos un código, perdemos matices pero ganamos en potencia. Y beneficiamos a toda la población, ya que la utilización de ese dato codificado (esperemos que bien codificado) permitirá la atención de un paciente en otro ámbito con un mejor conocimiento de su historia, o contribuirá al conocimiento de la historia natural de una enfermedad, o será un elemento crucial en la vigilancia de salud pública o en la investigación.
En definitiva que cuando nos veamos que sea porque nos estemos mirando, no chillando.


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